Se abrazaron en
la plaza, rápido, leve, como sin querer. Como si con un abrazo leve en esa
ciudad no acostumbrada a los abrazos, la despedida se volviese ficción.
Él cruzó la calle. Ella quedó paralizada,
sosteniendo la respiración, mirando la alameda. Antes de volver a caminar, miró
la boca del metro, desde donde él la
saludó con un movimiento de su mano, dibujando un abanico. Y desapareció.
Cuándo volveré a verte?
Estoy aquí, escribiendo, tan lejos, tan lejos de esa ciudad perfumada de cilantro…